ORGULLO Y HUMILDAD

El análisis del orgullo es sencillo; cualquiera puede hacerlo; pero ninguno lo hace.

Todos tenemos orgullo y es bueno tenerlo porque en la dosis justa, es una fase importante de la dignidad, pero ¿cuál es el límite?

El orgullo personal puede llegar a ser un amor desordenado de la propia excelencia, ya sea del cuerpo, de la mente o del placer legítimo que deriva de pensar que no hay nadie superior a nosotros.

El orgullo lo manifestamos de muchas formas, en diferentes circunstancias y hacemos que sea parte de nosotros mismos.

Podemos citar, como ejemplo, a la soberbia, un orgullo exacerbado. En el caso del ateísmo, donde se  niega la existencia de Dios de manera apasionada, tampoco se acepta que los demás tengan fe.

Es incongruente aferrarse encarecidamente a negar la existencia de un Dios en el que no se cree y dedicar su tiempo y en ocasiones su existencia en ello, pues si en verdad no se cree en Dios, ¿por que dedicarse a negar su existencia?

Otra forma muy común es la vanidad intelectual, que hace a nuestras mentes incapaces de aprender, porque “lo sabemos todo”, y lo único que se deja ver es la gran ignorancia en la que se vive. Quien no tienen nada que aprender, en realidad no ha aprendido nada.

Cuando se vive con superficialidad, juzgando a los demás por su apariencia, valorándolos por lo que tienen y no por lo que son, pensando la frase “¿cuánto te llamas?”, se acaba actuando con pretensión, presuntuosidad y esnobismo, creyendo que los demás son inferiores por no ser del mismo circulo social, buscando honores y posiciones arriba de la propia capacidad.

Para la inmensa mayoría nos es difícil auto-detectar la Soberbia, la nuestra, aquella que nos incapacita y anula o dificulta el mejoramiento moral al no reconocer las propias faltas.

El orgullo solo puede curarse con HUMILDAD. La humildad no es subestimar nuestro talento. Es reconocer nuestros defectos y nuestras cualidades. Los que tienen conciencia de su faltas dan un paso hacia la perfección, y los que presumen de su sabiduría están atorados en el vicio.

Quien reconoce sus talentos, sabrá dedicarlos al bien.  Tendrá que trabajar en potenciarlos y desarrollarlos.  Son como un buen vino.  Si se toma a solas, no se aprecia de la misma manera que cuando se comparte.

De la misma manera se deben reconocer nuestras carencias y defectos. He ahí el punto de partida para trabajar en enmendarlos, durante nuestra existencia, para mejorar nuestra manera de apreciar la vida y la de los que nos rodean.

Las personas humildes se estimarán a si mismos menos que los demás, aunque sean grandes antes los ojos de los otros, porque pensarán que su grandeza interior es menor a la de los demás, no le dan importancia a su grandeza exterior.

Los hombres grandes son los humildes, los accesibles, los amables y los comprensivos.Si empezamos a ser humildes y no presumimos de manera absurda nuestras cualidades, tendremos como premio ser felices.

Siendo humildes podremos hacer mas y llegar a mas personas. La gente se identifica mas con el humilde que con el presuntuoso. Por ello es que la humildad se convierte en una herramienta para alcanzar metas y que éstas sean perseguidas por mas personas.

Las posibilidades humanas son amplísimas, hay que conocerlas, buscarlas y encontrarlas. De no lograrlo, habremos de aceptar y reconocer con sencillez y humildad que nos quedamos cortos, pero ya iniciamos el camino que otros retomaran. En contraparte, si nos conducimos por el sendero del orgullo y presunción nos estrellaremos en el vacío.

La sinceridad es importante para medir la estima que nos tengamos. El orgullo confunde hasta a los sabios, ya que las cosas sencillas del mundo son para confundir a los fuertes, así que no exageremos ante nosotros mismos nuestras capacidades, mejor sorprendámonos al final del día, al descubrir que alcanzamos metas y así no sufriremos decepciones.